47 años de Fecundación In Vitro, actualmente 4 mil nacimientos al año en México. El arte de disfrutar con estilo y sentido.

Susana Sánchez Segura

Era un 25 de julio de 1978, cuando en Inglaterra nació Louise Brown, la primera bebé concebida por Fecundación In Vitro (FIV). Su llegada abrió un camino que, décadas después, ha dado lugar a más de 10 millones de nacimientos en el mundo, según la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología (ESHRE).

Y es que, de acuerdo con Ginecología y Obstetricia de México, cerca del 15% de las parejas enfrenta infertilidad en algún momento de su vida reproductiva, pero solo el 63.7% de las mujeres que viven esta situación logra acceder a atención médica, poniendo en evidencia barreras económicas, geográficas y sociales que aún existen.

A pesar de los desafíos, entre tres mil y cuatro mil personas nacen cada año en el país gracias a la FIV. Son historias que, en muchos casos, comienzan en silencio. Personas que enfrentan la presión del tiempo, la incertidumbre del diagnóstico o el duelo de intentos fallidos, pero también historias que encuentran en la ciencia una nueva oportunidad.

Esto gracias a los avances tecnológicos y equipos multidisciplinarios, sobre todo, a entender que no es solo un procedimiento médico, es una decisión emocionalmente compleja, muchas veces llena de obstáculos, pero también de esperanza. Cada embrión cultivado en laboratorio representa una posibilidad real.

Comprendamos que la FIV consiste en fecundar un óvulo con un espermatozoide fuera del cuerpo humano. Posteriormente, el embrión se transfiere al útero para intentar lograr un embarazo. Existen variantes de la técnica, como la FIV convencional, en la que ambos gametos se colocan en una placa de cultivo, o el ICSI, que introduce directamente un espermatozoide en el óvulo.

Ambos métodos han sido fundamentales para tratar distintas causas de infertilidad. Se estima que en la mitad de los casos la causa es masculina y en la otra mitad, femenina. La elección de la técnica depende del diagnóstico de cada pareja o persona, así como de la experiencia del equipo médico que acompaña el proceso.

Aquí es donde el embriólogo tiene un papel fundamental, es quien se encarga de seleccionar los mejores óvulos y espermatozoides, realizar la fecundación bajo el microscopio y monitorear cada etapa del desarrollo embrionario. También documenta el crecimiento y decide cuál es el mejor embrión y momento para transferir.

Imagínense que un embrión pasa entre 72 y 120 horas fuera del cuerpo antes de volver al útero, durante ese tiempo, cada célula, cada división, es vigilada de cerca por el embriólogo. De acuerdo con el Instituto Ingenes más del 55% del éxito de un tratamiento de fertilidad depende del trabajo que ocurre en el laboratorio.

El proceso completo requiere de un equipo que trabaja en conjunto, desde la estimulación ovárica hasta la primera revisión gestacional, médicos, embriólogos y especialistas se coordinan para cuidar cada etapa. La prueba de embarazo en sangre y el primer ultrasonido marcan el cierre del proceso médico y el inicio de una nueva vida.

El biólogo Hugo Sierra, director nacional de Laboratorios de FIV de Instituto Ingenes, recuerda las palabras del embriólogo Robert Edwards, pionero de la fecundación in vitro: fue un logro fantástico, pero también una lucha larga y difícil. Añade que esa lucha continúa en cada embrión cultivado, en cada pareja que no se rinde, en cada profesional que hace posible lo que antes parecía inalcanzable.

Así que desde hace 47 años se ha logrado reconocer el derecho a la salud reproductiva, celebrando, además, no solo los avances médicos, sino una promesa cumplida, porque detrás de cada técnica, hay un deseo profundo, y detrás de cada nacimiento, un testimonio de que sí se puede.

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